Falleció Juan Carlos Trachsel, ex campeón de La Plata y Olavarría
Sólo el maestro FIDE Sergio Javier Arambel podría discutirle el cetro extraoficial de haber sido el mejor jugador de ajedrez de Olavarría de todos los tiempos, que no serán muchos ya que la ciudad es joven, pero probablemente pasen unos cuantos más hasta que alguien llegue a jugar en el nivel de Juan Carlos Trachsel.Para la cofradía del ajedrez regional, Trachsel fue durante unos cuantos años casi una leyenda.En los años 50, cuando estudiaba Ingeniería en La Plata fue campeón de la capital provincial, lo que teniendo en cuenta la cantidad de habitantes es más que ser campeón de Olavarría, cuando lo fue en su madurez, convertido en un profesional serio que recordaba, lamentándolo con las palabras pero con un brillo travieso en la mirada, que había perdido años de estudio por la pasión del ajedrez.Había nacido en Tandil, pero llegó a Olavarría en los años 60. Casado con Emilce Verna, una olavarriense, Juan Carlos Trachsel se afincó definitivamente en esta ciudad, donde nacieron sus hijos y donde un día decidió volver a jugar al ajedrez habitualmente.Durante años había jugado casi exclusivamente torneos regionales por equipos, como el tradicional Playas de Necochea, donde estuvo nada menos que catorce años invicto hasta que el entonces joven promesa del ajedrez marplatense Rubén Cristóbal le ganó y cuentan que al vencedor el estupor se le dibujaba en el rostro. No podía creer que había vencido al invencible.En 1978 Trachsel volvió a competir en Olavarría, ganó el torneo de primera y enfrentó a Sergio Javier Arambel en lo que sería el primer match entre ambos.Después de una derrota, Trachsel demostró toda su capacidad y terminó imponiéndose de forma contundente. Mantuvo el título de campeón olavarriense hasta 1994, con un interregno de un año, 1982, en el que lo perdió a manos de Daniel Puertas, no en match sino en un cuadrangular a doble ronda, el Torneo Mayor, un sistema para definir al campeón que se utilizó durante pocos años.Al año siguiente lo recuperó y lo mantuvo hasta perderlo en un nuevo match con Sergio Javier Arambel, ya con poco más de sesenta años. En 1993 había jugado su último torneo.Además de ajedrecista, en esos años era un respetado funcionario municipal, lo que no es poco teniendo en cuenta que era Director de Licitaciones, un cargo ideal para la crítica fácil y hasta para la calumnia solapada. Sin embargo, nadie ponía nunca en duda ni la capacidad ni la honestidad de Juan Carlos Trachsel, al que no pocos le adjudicaban la rigurosidad y el apego a las reglas que se les reconoce a los alemanes.De Juan Carlos Trachsel, al que no pocos le adjudicaban la rigurosidad y el apego a las reglas que se les reconoce a los alemanes.Después de jubilado no volvió al ajedrez. Hasta que hace algunas semanas, ya agobiado por una enfermedad cruel, instalada precisamente en su cerebro, se dejó convencer por Juan Carlos Kromberger y volvió al tablero, diecisiete años después de su último torneo.Su enfermedad y la terapéutica utilizada para combatirla limitaban severamente sus fuerzas físicas. Quizá no todos los jóvenes jugadores que veían a ese señor mayor moverse con dificultad al dirigirse al tablero sabían exactamente lo que representó Juan Carlos Trachsel para el ajedrez olavarriense.A pesar de que el cansancio se hacía evidente al poco rato, Trachsel ganó partidas y perdió alguna que debió haber ganado si no hubiera sido por la traición de su cuerpo. El concepto, el talento, el conocimiento estaban, pero el físico no acompañaba.Y la muerte estaba demasiado cerca.El jueves 16 de diciembre Juan Carlos Trachsel murió. La metáfora pedestre y obvia de "inclinó su rey ante la muerte" es tan fácil como falsa. Si de ajedrez se hubiera tratado, Juan Carlos Trachsel se las habría ingeniado, como tantas veces, para enredar las piezas enemigas hasta inmovilizarlas, no sólo salvar la partida sino hasta para ganarlaPero la vida, y por tanto la muerte, tienen sus propias reglas, que no son las del ajedrez.Por eso los restos de Juan Carlos Trachsel fueron inhumados ayer en el cementerio Loma de Paz, mientras su recuerdo comenzaba a hacerse fuerte en el ambiente ajedrecístico olavarriense.
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